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jueves, 2 de agosto de 2012

Cristianos en un mundo en crisis.



“Me ha mostrado el Señor lo que es bueno y lo que pide El de mí: Hacer justicia, ser misericordioso, y caminar humildemente delante de El” Miqueas 6:8 (paráfrasis del autor).


Hambre, guerras, catástrofes, persecución, injusticia… se han convertido en parte de la vida diaria de este mundo contemporáneo. Es mas, quizá debido a los constantes reportajes en los medios de comunicación de tales eventos, la mayoría de personas parecen estar indolentes ante las crisis que nos rodean.
Me encuentro en este momento en el Medio Oriente, en un barrio de refugiados que fueron desplazados de
su país casi 40 años atrás. Las personas parecen estar ya acostumbradas a la situación: Uno puede ver en sus rostros la presión del tiempo y de las guerras continuas, y, lo que es más, la carga de la oscuridad espiritual que los acosa. Parece ser como si estuvieran resignados a una vida de crisis continua y sin esperanza. ¿Y los cristianos?, ¿qué hacen los cristiano cuando son testigos de tal estado de indolencia, desesperanza y dolor? Miqueas enfrentó esa pregunta. ¿Y qué es lo que Dios demanda de mí? Mientras que muchos líderes actuales pasan la mayoría de su tiempo en simposios y conferencias que analizan e interpretan la condición humana de sufrimiento, crisis y miseria pero sin mayor resultado, la Biblia nos llama a la acción como un acto de obediencia, testimonio y holocausto personal. Mientras que el proceso de
sensibilización ante las crisis de nuestro prójimo comienza con la oración e intercesión por aquellos que sufren, Dios también requiere de nosotros que activemos nuestra fe. He aquí el sacrificio que Dios demanda:

Hacer justicia

Dios nos pide que seamos embajadores de esperanza a nombre de aquellos que no tienen voz: La iglesia
perseguida, los huérfanos, las mujeres abusadas y abandonadas, las viudas y los pueblos oprimidos. Muchos de nosotros somos privilegiados con libertad, recursos, voz y lo más importante: La libertadora verdad de Jesucristo. Otros son intencionalmente vedados de esos privilegios y es nuestro mandato el interceder, abogar y movilizar a la iglesia y los gobiernos a nombre de aquellos que carecen de la fuente de esperanza que nosotros gozamos. Cuando Cristo vio a las multitudes, sintió compasión porque estaban oprimidas y sin esperanza, como ovejas sin pastor. Entonces dijo: La mies es mucha y los obreros pocos… (Mateo 9:35-37).


Hacer actos de misericordia

Sin embargo, para poder hablar a nombre de aquellos que enfrentan crisis, el cristiano debe poner en practica el amor y la misericordia. Es fácil hablar y abogar a nombre de otros. Pero nuestras palabras de intercesión y abogacía tienen absoluta autoridad moral cuando, como cristianos demostramos

nuestra compasión con acciones concretas que expresan el amor y el cuidado de Dios. Cuando Nehemías tuvo la carga en su corazón por los muros destruidos de Jerusalén, su intervención no se limitó a interceder por su pueblo. Nehemías fue y trabajó con el pueblo de Dios en la reconstrucción de los muros. El “hacer misericordia” nos conecta con los necesitados, nos identifica con aquellos en crisis, y nos enseña las causas reales de los problemas. Actos constantes de misericordia nos mueven a ser abogados, intercesores y voz para los que no tienen voz.

Caminar humildemente delante de Dios

La búsqueda de la justicia y los actos de misericordia pueden ser únicamente ejercicios vacíos, y aún expresiones veladas de vanagloria personal, si éstas no son enmarcadas en la persona de Jesucristo. Un
caminar humilde y continuo delante de Dios es el requisito indispensable para nuestra respuesta a aquellos que están en crisis. De esta manera, nada de lo que hagamos será hecho para nuestro honor sino para la honra de aquel que tuvo misericordia de nosotros en tiempo de angustia.Si usted desea hacer algo práctico,
comience por orar por los pueblos hambrientos alrededor nuestro y en otros continentes. Ore por la iglesia
perseguida alrededor del mundo. Interceda a nombre de los huérfanos, las viudas, las esposas abusadas, los
obreros explotados y todos aquellos que sufren. Y luego, haga algo. Por pequeño que sea, esto será bendecido en las manos de Jesucristo.

Autor: Gustavo Crooker
Tomado de El heraldo de Santidad



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