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martes, 29 de mayo de 2012

La clase de santidad que quiero tener / Por Lucas Leys


A fines de los noventa, en Estados Unidos se puso de moda entre los cristianos llevar brazaletes, llaveros y ropa con la inscripción W.W.J.D que son las iniciales de las palabras en inglés de la siguiente pregunta, traducida al español: ¿Qué haría Jesús? 

En una ocasión, me invitaron a predicar en un evento multitudinario donde el lema del encuentro era aquella sigla. Los que hablaron antes que yo se refirieron a la santidad y recomendaron a los jóvenes pensar muy bien antes de hacer algo malo y les advirtieron que hacer lo que no agrada a Dios trae consecuencias. Los jóvenes escuchaban con las cabezas gachas y algunos lloraban. Se respiraba un clima de tensión y vergüenza. Mientras oraba con los ojos abiertos, esperando mi turno, el Señor me indicó: Hasta este momento, se ha hablado como si la pregunta fuera ´¿Qué cosas NO haría Jesús?´, en lugar de preguntar qué cosas sí hubiera hecho. Cuando me tocó hablar, leí el pasaje en Lucas donde el propio Jesús anuncia con qué misión había venido a la tierra:

“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar las buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner libertad a los oprimidos, a pregonar el año del favor del Señor.” Lucas 4.18-19.

Acto seguido hablé de lo que Sí hizo Jesús y lo que quiere hacer hoy en la tierra a través de la nueva generación. Hablamos de transformar la sociedad, de impacto, de amor y de sacrificio. Al terminar, el entusiasmo entre los jóvenes era evidente.

Pecados de acción y pecados de omisión

Es una lástima que la iglesia haya enfatizado por tanto tiempo sólo lo que no deben hacer los cristianos, lo que llamamos pecados de acción. Poco se ha enseñado sobre los pecados de omisión, que son aquellos pecados que tienen que ver con lo que no hacemos. Si hacemos una lista de los pecados de acción, de las cosas malas que no debemos hacer, la lista es larga como papel higiénico. Si anotamos los pecados de omisión, es decir, las cosas que deberíamos hacer y no hacemos, apenas recordamos unos cuantos: diezmar, orar, leer la Biblia, ir a la iglesia y obedecer a los padres. Estas son cosas esenciales, sin duda. Pero, ¿ahí termina lo que el cristiano debiera estar haciendo? ¿Qué haría Jesús en nuestro medio?

Estoy convencido de que hacer la obra de Cristo contribuye enormemente a nuestra santificación; cuando empiezo a hacer lo que hizo Jesús, tengo mucho menos tiempo para hacer aquellas cosas que no debería hacer y que Jesús nunca hizo. Cuando empiezo a quedarme, a no hacer lo que Dios quiere que esté haciendo, es fácil que la tentación me encuentre ´disponible´. Eso fue lo que le pasó a David.

Vayamos algunos años más adelante, mucho después de su valiente enfrentamiento con Goliat. El capítulo 11 de 2 Samuel relata que David tenía que salir en campaña contra los enemigos del pueblo de Dios, pero se quedó. El rey tendría que haber ido con el ejército pero se quedó muy cómodo en el palacio de Jerusalén mirando la tele. Una tarde (!) al levantarse de la cama, comenzó a pasearse por la azotea del palacio y desde allí vio a una mujer muy hermosa que se estaba bañando. Primero la miró con un ojo, luego con dos y después le sacó una foto. Hizo que la trajeran y, aprovechándose de ser el rey y de que el esposo de la mujer no estaba, se acostó con ella. Una vergüenza para un hombre que conocía tanto de Dios.

Pero, ¿dónde había empezado todo? David no estaba donde tenía que estar. Estaba perdiendo el tiempo en el palacio en vez de estar haciendo lo que Dios quería que hiciera.

Dios quiere hijos santos. La santidad es la belleza de la cristiana y el cristiano. Por ser la santidad justamente un reflejo de la hermosura del carácter de Cristo en nuestra vida, somos santos cuando hacemos lo que Cristo hizo. Es lamentable ver cristianos que piensan que ser santo es no fumar, no tomar, no bailar ni decir malas palabras. Esas características son una mínima expresión de lo que es la santidad. La persona santa es feliz porque está haciendo la voluntad de papá Dios, que es ´agradable y perfecta´ (Romanos 12.2). La madre Teresa de Calcuta fue santa, Martin Luther King, Martín Lutero y Hudson Taylor fueron santos, como todos aquellos que de todo corazón se entregan a hacer lo que Dios les pide y eso los hace parecerse cada vez más a Jesús.

Dios quiere algo más que solo no nos metamos en problemas con los cristianos a nuestro alrededor. Él quiere un corazón obediente y una fe total. Él está más interesado en el corazón de sus hijos que en sus habilidades y conocimientos. Quiere vidas a prueba de pruebas. Quiere cristianos que mantengan el gozo y la esperanza en las dificultades; que conserven la paz y el dominio propio en medio de las tensiones. Dios quiere algo más que carisma y popularidad; él está buscando verdadera santidad. Esa que tiene que ver con la pureza de corazón y de la que podemos conversar en voz baja solo ÉL y nosotros. Santidad que tiene que ver con lo que en nuestro lugar hubiese hecho el Santo.

Yo quiero alejarme de aquellas cosas que ofenden a mi Señor. Pero también no quiero ofenderlo al no hacer lo que me pide

lunes, 28 de mayo de 2012

Justificados


Dios es el que justifica.
Romanos 8:33

Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús.
Romanos 3:24




Job, un creyente del Antiguo Testamento, hizo esta pregunta: “¿Y cómo se justificará el hombre con Dios?” (Job 9:2). Veamos la terrible respuesta de Dios: “No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10). “Por las obras de la ley nadie será justificado” (Gálatas 2:16). Entonces, ¿no hay esperanza?
La única esperanza es el amor de Dios. “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Romanos 5:8-9). Lo que el hombre nunca pudo hacer, Dios lo hizo con un sustituto: Jesús tomó el lugar de los culpables, llevó el castigo de nuestros pecados. Entonces Dios es justo, no sólo al perdonar los pecados, sino al declarar justo a aquel que cree (Romanos 3:22). La justicia de Dios fue tan perfectamente satisfecha por la sangre de Cristo, que ya nada más se le reclamará al creyente respecto al pecado.

La consecuencia es la paz con Dios, un acceso abierto hasta él, un gozo que nada ni nadie nos podrá quitar (Romanos 5:1) y el deseo de glorificar a Dios en nuestra vida. Para el creyente, esta maravillosa verdad de la justificación puede resumirse de la siguiente manera:

– Esta justicia es de Dios (Romanos 8:33).
– Es dada gratuitamente por su gracia (3:24).
– Su precio es la sangre de su Hijo (5:9).
– Me es otorgada por la fe (3:25, 28).
– Mi conducta debe mostrarlo (Santiago 2:24).

Santificados

El mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.
1 Tesalonicenses 5:23



El verbo santificar significa «poner aparte». Para el creyente, esta santificación reviste tres aspectos:


– La santificación inicial define el estado de todo creyente. Mediante su fe en la obra de Jesús en la cruz, el creyente forma parte de la familia de Dios, sea cual sea su nivel de conocimiento espiritual. Esta puesta aparte es, pues, el privilegio de todos los creyentes. Es definitiva y eterna: “Somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre… con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:10, 14).


– El segundo aspecto de la santificación es creer lo que soy –santificado por la obra de Cristo– y aplicarlo a mi vida cotidiana. El creyente se separa del mal y busca el bien. Nunca llegará a la perfección en la tierra (a un estado sin pecado), pero siempre debe encaminarse hacia ese objetivo. Esta separación tiene lugar cuando pone en práctica las enseñanzas de la Palabra de Dios, con la ayuda del Espíritu Santo y mirando hacia Cristo, quien nos santifica (Juan 17:17, 19). Es responsabilidad del creyente purificarse del mal en vista de esta santificación diaria. Involucra tanto al cuerpo como al alma y al espíritu (2 Corintios 7:1).


– La santificación final está relacionada con la condición del creyente en el cielo, donde será semejante a Cristo (1 Juan 3:2), totalmente liberado del pecado y separado para Dios.


Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)